• La consideración de la poesía de cancionero castellana de la Baja Edad Media como la lírica de los Trastámara se debe, en principio, a la cuasi exacta coincidencia cronológica entre el esplendor de esta moda lírica con el casi siglo y medio en que los miembros de esta dinastía ciñeron las coronas de Castilla y de Aragón. Pero también participa de esta etiqueta otro aspecto crucial: el hecho de que los sucesivos monarcas de este linaje ocuparon gran parte de sus regentes desvelos en edulcorar el irregular acceso de su familia al trono castellano, encontrando para ello en el auge de la lírica un fantástico canal para la divulgación de propaganda política favorable a sus intereses.
    En un conflicto tan profundamente ideologizado como la lucha entre Pedro I y su hermano, Conde de Trastámara y futuro Enrique II, no podemos pasar por alto que el más universal de los poetas hebreos hispánicos, Sem Tob de Carrión, dedicase al monarca a la postre perdedor sus Proverbios morales. En el lado contrario, el victorioso Enrique II había empezado muy pronto a integrar el antisemitismo en su discurso político, tal como ejemplifica la famosa difamación que pretendía hacer a Pedro I el hijo de un judío llamado Pero Gil, razón por la cual sus partidarios recibieron el despectivo apodo de emperogilados. Con tales antecedentes, no puede extrañar la explosión violenta del pogromo de 1391 (Wolff 7-8), momento en el que el problema converso saltó a la palestra como ingrediente esencial de la historia de España, y también, como es lógico, como aspecto fundamental de la historia cultural ibérica, a pesar de que frecuentemente tienda a ser desvanecido, a veces sin querer, otras veces en forma de compacto velo creado a propósito para difuminar uno de los episodios más incómodos del pasado español.